12 de Octubre: Genocidio y resistencia indígena
El 12 de Octubre de 1492, día que Cristóbal Colón llegó a una pequeña isla del continente americano y tomó posesión ilegal de la ínsula en nombre de Dios, de los genocidas “Reyes Católicos” (la Cosa Nostra goda) y de una religión (secta), no ocurrió ningún “descubrimiento” como se ha pretendido afirmar para ocultar el más grande genocidio en la historia de la humanidad que generó la muerte de 20 millones de aborígenes, la desaparición de centenarias de civilizaciones, el saqueo de sus riquezas y la destrucción de sus culturas, sino que marcó el punto de partida de la resistencia indígena que, pese a ser sofocada a sangre y fuego, habría de culminar tres siglos después con una rebelión que sepultó para siempre al imperio español.
La mayoría de los historiadores han denominado de manera simplista ese día como el del “Descubrimiento” y designado como la etapa de los “descubrimientos menores” a todas las expediciones que a partir de esa fecha y hasta 1526, realizaron los navegantes y aventureros españoles que invadieron las islas del mar Caribe y de la costa de la tierra firme venezolana, obviando que esos espacios y otros más al norte y al sur estaban habitados en algunos casos por civilizaciones como la azteca, la inca, la chibcha y otras extinguidas como la maya, tan avanzadas como la del “viejo continente”, y ahora intentan enmendar el error indicando fue “un encuentro de dos culturas” como si se trató de un pacífico acto protocolar ajeno a toda acción destructiva y genocida.
Al referirse a las características más destacadas de los indígenas de aquella época, Arturo Úslar Pietri en su obra “Fachas, Fechas y Fichas”, señala que “hay unos hombres que viven en la naturaleza casi desnudos, bondadosos, inocentes, fraternales, que no conocen ni la espada ni la pólvora, y que todo lo disfrutan en igualdad y comunidad”, por lo que resulta inconcebible cómo los invasores españoles, aprovechándose de su ingenuidad, traicionaron la amistad que ellos le ofrecieron dándoles muerte, arrasando sus tierras y saqueando sus riquezas y aniquilando sus culturas.
Con la llegada de los españoles a Venezuela en la tierra firme americana, luego de haberse establecido en las islas del Caribe y las exploraciones menores a lo largo de la costa del país, los españoles iniciaron el proceso de conquista del territorio que hoy en día ocupa Venezuela a la que se opusieron los aborígenes ofreciendo una fiera resistencia aún mas fuerte, vigorosa y prolongada que la que enfrentaron años mas tarde en México, Perú, Colombia, Centroamérica y otras regiones del continente, ya que les tomó mas de un siglo reducir a los bravos guerreros nativos, quienes con sus armas primitivas se enfrentaron a soldados, caballos, espadas y armas de fuego de los conquistadores que utilizaron los mas brutales métodos bélicos y de tortura para poder vencerlos.
Fue tan feroz la resistencia indígena al conquistador y colonizador español en Venezuela, según da cuenta Eduardo Arcila Farías en su libro “Economía Colonial de Venezuela”, que “mientras los virreinatos de Nueva España, del Perú y Nueva Granada eran ya dominios florecientes, a los que España debía buena parte de su grandeza, en Venezuela los colonizadores no habían podido aún pasar de la costa, e innumerables tribus continuaban guerreando en un empeño vano por sacar de sus territorios a los invasores con éxito en algunas ocasiones. La conquista de los comunagotos -agrega- no fue terminada sino en 1634, y en ella se empleó más crecido número de hombres que los que llevó Cortés a la conquista de Nueva España”. Esta lucha prolongada, -explica Arcila Farías- no solo impidió que los invasores españoles pudiesen comenzar en una época temprana a desarrollar la agricultura, la cría, el comercio y la industria, sino que condujo a la devastación del territorio, pues los indios en su retirada destruyeron las siembras e incendiaron las aldeas. Era una verdadera política de tierra arrasada, -añade- que obstaculizó la dominación española consumando así la destrucción casi total de la economía indígena, y a la escasez de víveres se agregó la de brazos por la tremenda mortalidad que trajeron a la población nativa las guerras y las enfermedades”.
A la acción de los ejércitos coloniales españoles, se unió la participación de la secta católica a través de los misioneros en su afán de ganar nuevos fieles en el continente americano, pusieron en marcha un brutal proceso de adoctrinamiento por la fuerza practicando la abolición de sus dioses y sus creencias milenarias, que muchas veces condujo a la destrucción de valiosos documentos aborígenes para imponer el cristianismo, como sucedió con los códices aztecas en México y otras invalorables muestras de su cultura.
La secta católica requería urgentemente recuperarse de la deserción de millares de fieles como resultado del movimiento religioso conocido como la Reforma, en la primera mitad del siglo XVI, que dio origen a las iglesias protestantes y sustrajo a la obediencia de los Papas a gran parte de Europa ante el relajamiento de la fe y de las costumbres, la corrupción del propio clero y la difusión de la Biblia como consecuencia de la invención de la imprenta, y nada más apropiado para sus propósitos que el adoctrinamiento de los millones de indígenas americanos para lo cual enviaron los misioneros, contando para ello con el apoyo de los genocidas “reyes católicos” que profesaban la religión de la Cosa Nostra española.
Fue fray Bartolomé de las Casas, quien habría de denunciar ante la historia la brutalidad de los conquistadores españoles hacia los indígenas para arrebatarles el oro, la plata y su libertad, al narrar en su “Brevísima relación de la destrucción de las Indias” los crímenes cometidos por los invasores en la isla de La Española, en uno de cuyos pasajes señala lo siguiente: «Entraban los españoles en los poblados y no dejaban niños ni viejos ni mujeres preñadas que no desbarrigaran e hicieran pedazos. Hacían apuestas sobre quién de una cuchillada abría un indio por medio o le cortaban la cabeza de un tajo. Arrancaban las criaturas del pecho de sus madres y las lanzaban contra las piedras. A los hombres les cortaban las manos. A otros los amarraban con paja seca y los quemaban vivos. Y les clavaban una estaca en la boca para que no se oyeran los gritos. Para mantener a los perros amaestrados en matar traían muchos indios en cadenas y los mordían y los destrozaban y tenían carnicería pública de carne humana…Yo soy testigo de todo esto y de otras maneras de crueldad nunca vistas ni oídas”.»
Cuenta la historia que el cacique Hatuei, de Santo Domingo, logró escapar de la carnicería española huyendo a la vecina isla de Cuba donde organizó la resistencia indígena, pero lamentablemente fue perseguido, hecho prisionero y condenado a morir en la hoguera. “Atado fuertemente a un poste y cuando las llamas comenzaban a chamuscarlo, se le acercó un sacerdote español para hacerlo cristiano antes de morir. Hatuei preguntó si haciéndose cristiano iría al cielo de los cristianos, y como el sacerdote le contestó afirmativamente, le dijo que prefería ir a un infierno antes de volver a ver un cristiano”.
Desde 1492 hasta avanzado el siglo XVIII, el genocidio se desató impunemente por todas las tierras de América provocando la muerte de millones de aborígenes, de sus reyes, sus caciques, sus guerreros y de mujeres, niños y ancianos, que a pesar de haber recibido con los brazos abiertos y portando presentes a los invasores “cristianos” españoles, fueron traicionados, hechos prisioneros y exterminados utilizando los más crueles métodos de tortura para esclavizarlos, arrebatarles sus tesoros e imponerles una religión.
En este sentido, resulta absurdo cómo los españoles con la complaciente actitud de sus gobiernos hayan ocultado tan horrendo crimen celebrando como una feliz efemérides el 12 de Octubre como el día de la “Fiesta Nacional, Día de la Raza, del idioma, de la Madre Patria, de la religión”, que no son más que la misma lengua, el mismo imperio y la misma religión que fueron impuestos a sangre y fuego sobre millones de aborígenes, para arrasar con las riquezas y las culturas de sus civilizaciones.
temistocles rojas